Cartel e ilustración en colaboración con el texto de La revista digital Mallata, escrito por Lucía López Marco.
Podréis leer el manifiesto en el siguiente enlaceen aragonés
Suena un gemido en la noche, y un rayo en mitad de la tormenta ilumina a un guerrero abriéndose paso a caballo hacia la fría cueva. En ella, una princesa maquina cómo escapar del dragón, cuando, de repente, aparece un hombre clavando su lanzón en las entrañas del reptil. De la sangre del dragón,
brota una flor…
y una bandera…
Ésa, es nuestra historia: La de la vida que brota de la muerte. La del trigo que surge del sudor que regó nuestra tierra, y que nos da de comer… La de esperar a que alguien nos salve, y la de que no nos dejen salvarnos cuando lo hemos intentado…
Por nuestras venas corre sangre de reinas y reyes, y nuestro ADN mitocondrial lleva en sus nucleoides genética celta, ibera, celtíbera, romana, visigoda, musulmana, judía, cristiana… De nuestra boca emanan fonemas romances, salpicados de vocablos árabes. Muchas culturas y tres lenguas. Una que dejamos perder, junto con nuestra historia, y nuestro pasado,
olvidando
que somos una algarabía
de culturas
y palabras medievales
que se resisten a morir.
Nuestras manos, que también olvidan, recuerdan vidas pasadas al rozar la espiga de cebada, al esbriznar el azafrán, al sentir el tacto de la lana de la oveja ansotana, al rozar la ubre de la cabra moncaína, o al esquilar una merina de los Montes Universales. Nuestras manos recuerdan, ligeramente, a aquellas que, sin descanso, levantaron cosos y puertos fluviales, iglesias románicas y mudéjares. Que, enlazadas con tantas otras, levantaron castillos y murallas para protegerse de enemigos. Que, con delicadeza, seleccionaron plantas y salvaron vidas. Aquéllas que se desangran en la piel de un bombo que transmite pasión por los siglos de los siglos.
Nuestros ojos se reconocen en aquel pastor que guía su rebaño de ovejas rasas por un maldecido paisaje monegrino, donde, entre el esparto y las avutardas, encuentra su hogar. Esos ojos nuestros, que lloran en silencio en la paridera caída, en el pueblo olvidado, en las piedras que nuestros antepasados moldearon y que dieron forma a la casa nuestra. A la cultura nuestra.
Y nuestros pies, también olvidan el tacto del suelo arcilloso, el yeso, la piedra granítica que baja por el Gállego, las alfombras de piedras y lodos que tapizan el fondo de nuestros ríos… Olvidan que están hechos para acercarnos a horizontes, que se asemejan, cada vez, más lejanos…
Porque somos,
igual que nuestra tierra,
suaves como la arcilla,
duros del roquedal.[i]
Somos lo que queda de nuestros ecosistemas. Y somos la causa de que solo quede lo queda. Las mismas manos que sembraron el pipirigallo, son las que esparcieron venenos en nuestros montes. Las mismas que extinguieron al bucardo, y casi extinguen al quebrantahuesos, las mismas que lo conservaron. Esas manos que pintaron historias en cuevas, y que levantaron mallatas. Esos ojos que se guiaban por las estrellas. Y unos pies que siguen trashumando y sembrando jardines en una península que debe su nombre a un río, al que vierten sus aguas la gran mayoría de nuestras arterias. Tú, también, tienes nombre de río.
Somos
los átomos de carbono que quedaron de los restos de los que nos precedieron.
Restos:
que dieron vida,
que hicieron suelo,
que fueron tierra…Esa tierra, que hoy somos tú y yo, y que mañana, serán otros.
Somos
un óvulo por fecundar
en una tierra yerma.
Hicimos el más nuestro a San Jorge, a pesar de tener a San Úrbez, a Santa Engracia, a San Caprasio, a Santa Orosia, a Santa Alodia y Santa Nunilo, a San Martinico… A pesar de tener muchos días y mucha historia que celebrar… Quizás, tenemos que recordar, y recordarnos,
que somos la princesa,
pero no necesitamos caballeros que vengan a salvarnos.
Mai, mira-me a yo.
Me reconoxes, mai?[ii]
Quizás debamos recordar que descendemos de aquellos almogávares que conquistaron Neopatria, que llevaron el nombre de Aragón hasta los horizontes de los horizontes de nuestros horizontes, y que nuestro miocardio late porque nuestro territorio lo nutre, nuestros ríos lo riegan, y nuestro pasado le dio vida.
Tal vez
debamos recordar
que somos porque fuimos
y seremos
solo
si seguimos siendo.
Como una tormenta en el secano, ¡que llueva! Que rompa la tierra, que se llenen los manantiales y que la escorrentía nos traiga las historias que se escaparon por las chamineras, las palabras que volaron con el viento.